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A lenda dos Mariño


   En aquellos lejanos tiempos del feudalismo, allá por el siglo XIII o  el XIV, vivía un conde llamado don Froyaz o Froilán, que habitaba un  imponente castillo. Relativamente joven, se mantenía soltero. Otros  autores relacionan a este personaje con un caballero romano y otros con  Roldán, sobrino de Carlomagno impidiendo de esta forma que, como cuenta  la historia, Roldán hubiese fallecido en la batalla de Roncesvalles en  el año 778 porque dice la leyenda que habría escapado malherido hasta la  isla de Sálvora. Sea como fuere, este conde, caballero o el mismísimo  Roldán sobrino de Carlomagno era muy aficionado a la caza y solía  recorrer a caballo sus extensas posesiones, dedicado a su distracción  favorita, acompañado a veces por sus amigos vecinos, o bien por algunos  de sus escuderos.
  Una mañana que caminaba por el declive de un  monte cercano al mar, atisbo junto a unas peñas de la playa el cuerpo de  una mujer que parecía dormida; estaba desnuda, pero no se veían bien  sus piernas a causa de unas piedras que las ocultaban.
  Lleno de  curiosidad, fue acercándose silenciosamente; pero, al pisar las arenas,  su caballo piafó y al ruido que produjo se despertó la dama, que, al  parecer, era una hermosa sirena, y se dispuso a zambullirse en el agua.
 Pero fue tarde: tres escuderos que acompañaban a don Froilán rápidamente la habían rodeado, impidiéndole la huida.
   Uno de los escuderos se despojó de su tabardo, con el cual cubrió a  la sirena; ésta fue colocada sobre un caballo y conducida al castillo de  don Froilán, que prendado por la hermosura de aquella mujer, sintió  estremecerse su carne varonil con una emoción y una inquietud que jamás  había experimentado ante mujer alguna. Y quiso casarse con ella.
   Una vez instalada en su castillo, vestida como cumplía y atendida por  varias doncellas, don Froilán la hizo bautizar; y como había surgido del  mar y en el mar la había hallado, consideró que ningún nombre le  convenía mejor que el de «Mariña»; y Mariña fue su patronímico.
   Pero doña Mariña era muda. No sabía hablar y, a pesar de los intentos  de don Froilán para enseñarle a pronunciar algunas palabras, ella, por  mucho que se esforzaba en decir las frases más simples, no lo conseguía,  lo cual tenía entristecido al conde. Y más cuando al cabo de algún  tiempo nació su hijo primogénito y vio cómo la madre le acariciaba con  amor y le besaba con ternura, pero no le dirigía ninguna de las palabras  cariñosas con que las madres suelen hablar a sus hijos; sus expresiones  consistían solamente en gestos, que algunas veces terminaban en  lágrimas al no poder decir con la voz toda la ternura que sentía por él.
   Llegó la víspera de San Juan y, como siempre en tal día, al llegar la  noche se celebró en el patio del castillo la fiesta y se encendió la  hoguera tradicional. Don Froilán gustaba de ver holgarse a sus  servidores y, para solazarse con las gentes de su casa, se presentó  allí. Doña Mariña, que nunca había presenciado tal espectáculo, acudió  también, llevando en sus brazos al hijo de sus entrañas.
  Entonces,  con un rápido movimiento, don Froilán arrebató al niño de los brazos de  su madre y, aproximándose a la hoguera, hizo ademán de arrojarlo a las  llamas. Despavorida, doña Mariña se puso en pie y profirió un grito, un  grito de espanto, y clamó: « ¡Fillo! . . .» Y con el terror que la  sobrecogió hizo tal esfuerzo, que arrojó de la boca un pedazo de carne;  pero habló. Y desde entonces habló normalmente.
  Y todos lloraban en aquel momento, de emoción y de alegría. Y la fiesta prosiguió con mayor alborozo aún.
  Y en recuerdo del hecho y por haber acontecido en aquella fecha, al niño le nombraron Juan.
Cuentan  algunos que, al morir Roldán, la sirena volvió al mar poniendo antes  una condición: de cada generación de los Mariño, debería entregársele a  ella un niño que se llevaría al mar. El elegido se reconocería por tener  los ojos azules. Lo inquietante es que se han dado casos (recogidos por  Torrente Ballester) de Mariños de ojos azueles desparecidos en la  costa.

  “Esta leyenda es muy curiosa por varios motivos. Por  tratarse de las bodas entre un hombre y una sirena; porque dícese que el  hecho fue real, ya que hay documentos que se refieren a él, como indica  el que los nobles Mariños, dos de los cuales han sido poetas que  figuran en los Cancioneros de aquel tiempo, tienen en su escudo tres  ondas azules en campo de plata y una sirena”.
  “A la leyenda de los  Mariños, hijos de doña Mariña, se refiere el conde don Pedro de  Barcelos (Portugal) en su Nobiliario. Y sobre ella escribió también  Teodosio Vesteiro Torres y López Ferreiro, aun cuando este último niegue  la verosimilitud de tales narraciones, porque diversas circunstancias,  como la de que don Froilán hubiese salvado de un naufragio a su futura  esposa, o que ésta fuese llamada «sirena» por su hermosura, o que  durante algún tiempo por cualquier accidente hubiese perdido la voz, o  cualquiera otra cosa por el estilo, pudieron dar pie a la leyenda”.

Bibliografía

“Las leyendas tradicionales gallegas” de Leandro Carré Alvarellos.
“Lendas galegas de tradición oral” de X.M. González Reboredo.

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